lunes, 13 de febrero de 2012

EL EXAMEN

Cuando me acuesto para una mamografía
me siento como mi padre en la cama del hospital
a punto de respirar por última vez; puedo sentirme dentro suyo,
mis brazos en sus brazos, mis manos llenando las suyas,
mi pecho es su pecho: quedan tres respiraciones,
en fila como los últimos tres óvulos de una mujer.
No sé cuándo encontró el bulto,
asomándose al mundo sobre su clavícula.
Pero cuando me acuesto y me preparo a morir,
lista para encontrar una esfera dura como
un guisante marchito sumergido en mi pecho,
siento cómo me escurro enteramente
dentro de mi padre,
hondo dentro suyo
como una canoa mortuoria
de la medida exacta de mi cuerpo.
Le gustaba mostrármelos,
los nódulos, los puntos, las lesiones de los rayos,
el mapa apergaminado de su pecho. Cuando se fue
-uno, dos, tres, y después nada-
dejó el cuerpo sobre la cama
como a las mitades de un molde,
o de un yeso partido.
Quisiera poder decir que vi una pata esbelta
y bien formada emerger de la crisálida, un ala
humedecida, una criatura abriéndose al sol
y volando fuera de la ventana, pero murió sumergido
dentro de su cuerpo, hundiéndose más y más
hasta irse del todo,
como un cuerpo enterrado disolviéndose en la tierra.
Me desnudo hasta la cintura, de espalda
sobre la madera, paso a paso van
mis dedos por mi pecho, exploradores
a la intemperie del polo nevado, buscando
la punta del eje. Que no encuentres nada,
susurra mi padre, y los dedos paso a paso
paso tal como él solía jugar conmigo
a la Araña Itsy Bitsy, subiendo
muy despacio por mi brazo. Su parte preferida
era la lluvia, el insecto cayéndose,
y la mía el regreso, el grifo seco
una vez más, los ocho dedos subiendo,
el juego, que no tenía fin.



                                                                                                                                   Sharon Olds

                                                                                                                                  Traducción de Mori Ponsowy

Despatologización de la poesía en la FNAC de Alicante



El primer acto público y solemne por la despatologización de la poesía tendrá lugar en la FNAC de Alicante el próximo viernes 17 de febrero. Espero que me acompañéis y recitéis conmigo a modo de oración despatologizadora. Gracias a L´Aparadora por invitarme y brindarme la posibilidad de hacer uso de la poesía de transmisión oral. Ahora más que nunca, seamos todxs conscientes de que la poesía es un arma de creación masiva.




Para más información y menos píxeles, os recomiendo visitar la agenda cultural de la Fnac de Alicante.

viernes, 3 de febrero de 2012

ESTOY DEMASIADO CERCA PARA QUE ÉL SUEÑE CONMIGO

Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
Sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
Se han sentado ángeles caídos.


Wislawa Szymborska

Versión de Elzbieta Borkiewicz